¿Qué significa estar “parado a su suERTE”? ¿Paradojas? ¿Ironías? Ojalá que no, ¿verdad? “Las cosas pueden ir a peor. Eso es un hecho. No hay nada que garantice que no puedan ir a peor”, es una frase del filósofo y escritor Fernando Sabater, que ahora está instalada en el edificio.
¿Cómo de “parados” estarán los trabajadores del Parador? Sería irónico que también estén parados a su su”ERTE”.
Los Expedientes de Regulación Temporal de Empleo (ERTE) pueden ser por causas económicas, técnicas, organizativas y de producción (ERTE ETOP) o por fuerza mayor (ERTE FM), y a este “PARADÓN” creo que le pillan todas las causas. Lo peor es que las medidas que se pueden adoptar incluyen la suspensión temporal del contrato de trabajo o la reducción de la jornada laboral de los empleados. Y es que ya en un artículo anterior, planteaba interrogantes que nos hacemos las gentes de esta comarca, léelo por favor.
El silencio, al final, no es solo la ausencia de palabras, es la ausencia de acción, de responsabilidad, de humanidad.
El silencio sigue pesando como una losa sobre el Parador, un edificio que, en su momento de esplendor, prometía ser un símbolo de orgullo local (una promesa política por el fallecimiento de los bomberos forestales en el fatídico incendio de la zona) y ahora se ha convertido en un espectro vacío, sin vida, sin futuro aparente. A su alrededor, también se ha instalado otro tipo de silencio, el que emana de los despachos y las promesas incumplidas, el que sofoca las esperanzas de aquellos trabajadores que, sin ánimo de lucro, acudieron a salvar un patrimonio que no les pertenece, pero que defendieron como si lo fuera.
¿Dónde están ahora esas mismas manos que aplaudieron el esfuerzo, que garantizaron soluciones, que hablaron de justicia y compromiso? La presidenta de Paradores, en varias ocasiones y delante de más de 30 testigos, prometió que los salarios estarían garantizados al 100%, repitiendo el compromiso como si esas palabras fueran un ancla a la que los trabajadores pudieran aferrarse en medio del naufragio. Pero, ¿de qué sirve una promesa cuando no se cumple? ¿De qué vale el sacrificio de haber salvado mobiliario valorado en más de 100.000 euros, si a cambio se ignora la miseria de una suma que no llega a los 12.000 euros repartida entre los 25 empleados? ¿Quién se beneficia de este intercambio desigual, en el que la dignidad de los trabajadores se ha visto canjeada por un olvido cruel?
La carta que los empleados enviaron a la presidenta, con la esperanza de una respuesta justa, se ha quedado en silencio. Adjuntamos imágenes de la misma, no para alimentar el morbo, sino para evidenciar que ellos han cumplido su parte: apelaron al diálogo, al entendimiento, a la empatía de quien ostenta el poder. Pero el silencio ha sido la única respuesta que han recibido. Y mientras tanto, la pregunta sigue ahí, sin respuesta: ¿por qué es tan difícil escuchar a aquellos que solo piden lo que se les prometió?
Y no es solo la empresa la que se ha sumido en un mutismo desconcertante. El Ayuntamiento de Molina de Aragón, que en su día no dudó en mostrar una sonrisa complaciente frente a las cámaras para “estar orgulloso de su Parador”, parece haber olvidado que detrás de esa postal vacía hay personas reales, con vidas, familias, preocupaciones. Los empleados siguen esperando alguna llamada de apoyo, ya sea emocional o económico. Pero, ¿dónde está esa llamada? ¿Dónde está el compromiso de aquellos que fueron votados para proteger a sus ciudadanos? “Para salir en la tele y estar orgulloso del Parador”, comenta uno de los empleados, o, ” para venir a dar la cara y apoyar a los ciudadanos que le hemos votado, no tienen ni tiempo ni ganas”.
Pues el pájaro cantor jamás se para a cantar en árbol que no da flor
¿Cómo se explica esta desconexión entre el poder y el pueblo, entre la imagen y la realidad? Mientras los trabajadores se arremangaban para salvar el patrimonio del Parador, desde el consistorio se prometía que “se haría todo lo posible”. Pero, ¿qué significa realmente “todo lo posible”? Porque, hasta el momento, no se ha visto ni un solo paso en la dirección correcta. El Parador sigue siendo un parador fantasma, tanto de día como de noche, sin que ninguna empresa haya comenzado las reparaciones prometidas. Y no olvidemos que el ministro aseguró que todo estaría solucionado en dos meses. ¿Acaso alguien cree que, de verdad, estas promesas tenían sustancia? O, como parece, ¿fueron simplemente palabras vacías lanzadas para aplacar el descontento momentáneo?
Los trabajadores han cumplido con su parte. Accedieron a todas las peticiones de la empresa, incluso se tomaron vacaciones anticipadas para ayudar en la crisis, pero ahora esas mismas vacaciones se les descontarán del sueldo. ¿Cómo es posible que una situación así pueda darse sin que nadie intervenga? ¿Qué mensaje se envía a los empleados, a sus familias, a la ciudadanía en general, cuando los sacrificios no solo no se recompensan, sino que se penalizan?
¿Cómo es posible que una situación así pueda darse sin que nadie intervenga?
Y mientras todo esto ocurre, ¿qué sucede con las vidas de estos trabajadores? Muchos de ellos abandonaron trabajos estables, vendieron sus casas o se trasladaron a Molina con la esperanza de comenzar una nueva vida trabajando en el Parador. Ahora, esas esperanzas se han convertido en angustia. El invierno está a la vuelta de la esquina, y todos saben que Molina es uno de los lugares más fríos de España. “Ya veremos si mis hijos pueden estar calientes y comer en casa”, comenta con desesperación una empleada que hace solo unos meses dejó su empleo para trabajar en el Parador. ¿Qué tipo de futuro espera a estas familias, que ahora enfrentan el frío y la incertidumbre sin el apoyo de quienes deberían estar a su lado?
El panorama es desolador. Los trabajadores se plantean buscar otras vías para conseguir lo que por derecho les pertenece: su sueldo, su dignidad. Ya no confían en una empresa que, tras todas las promesas, les ha dejado en el abandono más absoluto. Pero, ¿quién puede culparles? ¿Qué más pueden hacer cuando las promesas se han convertido en traiciones, cuando el único sonido que escuchan es el eco del silencio que lo envuelve todo?
En este contexto, ¿quién se atreve a hablar de justicia? ¿Dónde está la empatía de quienes deberían actuar en defensa de estos trabajadores? ¿Hasta cuándo van a seguir esperando una respuesta que parece no llegar nunca? El silencio, al final, no es solo la ausencia de palabras, es la ausencia de acción, de responsabilidad, de humanidad. Y ese es, quizás, el silencio más ensordecedor de todos.