La inversión en educación es, sin duda, una de las mejores decisiones que puede tomar cualquier gobierno. Apostar por dotar a los centros educativos con tecnología y recursos modernos es una forma de cerrar brechas y garantizar una educación de calidad, sin importar el código postal. Sin embargo, tan importante como invertir es gestionar bien esa inversión. Y ahí es donde nos encontramos con el problema. El Gobierno de Castilla-La Mancha ha anunciado con orgullo la distribución de 4.600 dispositivos para avanzar en la digitalización de la escuela rural. Sobre el papel, suena a progreso.
La tecnología por sí sola no transforma la educación; es el uso que se le da lo que realmente marca la diferencia.
Pero en la práctica, esta iniciativa tropieza con cuestiones fundamentales que deberían haberse resuelto antes de mandar cajas llenas de tecnología a los centros educativos. Dotar a un centro rural con portátiles, tablets y kits de robótica es una idea estupenda. Pero, ¿se ha evaluado antes si la conexión a internet en estos lugares es eficiente? Porque sin una infraestructura digital adecuada, estos dispositivos quedan reducidos a meros adornos. Lo más preocupante es que las autoridades, simplemente con desplazarse hasta estos centros, podrían haber comprobado esta realidad. Pero, o bien no lo han hecho, o bien han preferido mirar hacia otro lado y vender una noticia optimista en lugar de una solución real. No es la primera vez que vemos iniciativas bien intencionadas fracasar por falta de previsión y de conocimiento de la realidad en el terreno.
Adquirir tecnología es el primer paso, pero el siguiente, igual de crucial, es enseñar a los docentes a utilizarla. ¿Cuál es el plan para capacitar a los profesores en el uso de estas herramientas? Porque si no se les prepara, la mayor parte de estos materiales acabará relegada a almacenes, acumulando polvo en vez de conocimientos. No se puede suponer que todos los docentes tienen las competencias necesarias para implementar estas herramientas sin una formación previa y adecuada. La tecnología por sí sola no transforma la educación; es el uso que se le da lo que realmente marca la diferencia. Si no se diseñan planes de capacitación serios y continuados, el impacto de esta inversión será, en el mejor de los casos, limitado, y en el peor, nulo.
Estamos en el último trimestre del curso. ¿De verdad es ahora el mejor momento para introducir estos recursos? La lógica dice que este tipo de iniciativas deberían arrancar al inicio del curso escolar, con tiempo para planificar su incorporación en el programa educativo (aunque visto lo visto con los planes educativos). Introducir estos materiales ahora solo genera un desorden innecesario y reduce su impacto en el aprendizaje. Se corre el riesgo de que los dispositivos sean recibidos con entusiasmo inicial pero que, ante la falta de tiempo y preparación, terminen sin utilizarse correctamente hasta el próximo curso, desperdiciando meses de oportunidades de aprendizaje.
Según la información proporcionada, los alumnos participarán en proyectos como el montaje de un autobús robótico que responde a estímulos programados por ellos. ¿Realmente creemos que estudiantes de una escuela rural, sin una formación previa en robótica y programación, pueden desarrollar un proyecto de tal envergadura de la noche a la mañana? Esta iniciativa, si bien ambiciosa, parece más una estrategia de marketing político que una propuesta educativa realista. No se trata de subestimar a los alumnos, sino de reconocer que la innovación debe ser progresiva y acompañada de una metodología adecuada.
Es importante motivar a los estudiantes con desafíos estimulantes, pero también es fundamental que esos desafíos estén alineados con sus capacidades y con el nivel educativo en el que se encuentran. Otro punto que parece haberse pasado por alto es la realidad socioeconómica de muchas familias en entornos rurales. Si bien se apuesta por la digitalización en las aulas, ¿se ha considerado que muchas familias no cuentan con los recursos ni con la conectividad necesaria en sus hogares para complementar este aprendizaje digital?
La brecha digital no se soluciona solo repartiendo dispositivos en los centros; se necesita un plan integral que garantice el acceso a internet en los hogares y que contemple la posibilidad de brindar apoyo adicional a aquellos alumnos que lo requieran. Sin este acompañamiento, el esfuerzo por modernizar la enseñanza quedará a medias y seguirá habiendo desigualdades en el acceso al conocimiento. Además, también es fundamental reflexionar sobre la sostenibilidad de esta inversión a largo plazo. La tecnología avanza rápidamente y los dispositivos tienen una vida útil limitada. ¿Qué plan existe para el mantenimiento y la renovación de estos equipos dentro de unos años? Si no hay una estrategia clara de actualización y soporte técnico, esta inversión corre el riesgo de volverse obsoleta en poco tiempo. La digitalización no es un proyecto que pueda resolverse con una inyección puntual de dinero; requiere una planificación continua, seguimiento y ajustes constantes para que realmente tenga un impacto positivo y duradero.
La digitalización de la escuela rural es una meta necesaria y deseable. Pero este tipo de proyectos no pueden ser simples anuncios efectistas que ignoran la realidad del día a día en estos centros. Antes de enviar materiales, se debe garantizar una infraestructura adecuada. Antes de imponer tecnología, se debe formar a los docentes. Antes de implementar cambios, se debe planificar con sentido común. No basta con querer avanzar, hay que hacerlo bien. La tecnología puede ser una herramienta poderosa, pero si se gestiona mal, puede convertirse en una inversión fútil y en una oportunidad perdida para mejorar realmente la educación en el medio rural.
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