Artículo de Opinión, Francisco Larrad. La España Vacia(da)
Las recientes inundaciones provocadas por la DANA en Valencia han sido un evento trágico y devastador que ha dejado a numerosas familias en la ruina. La escena de calles anegadas, viviendas y negocios destrozados, así como servicios esenciales inutilizados, es un recordatorio doloroso de lo vulnerables que somos ante la fuerza de la naturaleza. Sin embargo, al pensar en Valencia, también me viene a la mente otra realidad menos visible pero igualmente preocupante: el impacto de estas lluvias torrenciales en la España vaciada, en lugares como Molina de Aragón y la comarca, o el Valle del Mesa. Estos pequeños municipios han sufrido daños considerables, y una vez más queda claro que la falta de recursos y de una planificación adecuada los deja especialmente desprotegidos ante fenómenos meteorológicos de esta magnitud.
La situación en Molina de Aragón es solo un ejemplo de lo que ha vivido la España rural en las últimas semanas. Allí, el desbordamiento de la Cava ha causado estragos, inundando el pabellón municipal, garajes y ocupando peligrosamente los tres ojos del puente romano, una construcción histórica que ha resistido siglos de historia pero que, frente a la negligencia y el abandono institucional, parece amenazada. (¿Y el parador? ¿Se habrá inundado? La ocultación premeditada de imágenes me hace no saber más de este tema). No es la primera vez que la Cava se desborda tras una tormenta intensa. Cada DANA que se abate sobre la península ibérica deja huella en este municipio y en otros tantos de la provincia de Guadalajara, mostrando la vulnerabilidad de estas zonas. Y lo que es peor, la experiencia parece no traducirse en soluciones efectivas. ¿Por qué sucede esto? ¿Por qué permitimos que estos desastres naturales se transformen en crisis humanas, sociales y económicas? ¿Por qué seguimos sin abordar las causas y solo reaccionamos, cuando se reacciona, ante las consecuencias?
Las causas son múltiples, pero a mi parecer, una de las más evidentes es la falta de atención por parte de la Confederación Hidrográfica del Tajo, una institución cuya labor debería ser proteger y gestionar los recursos hídricos de la cuenca, así como velar por la seguridad de quienes viven en las cercanías de los cauces. Sin embargo, en cada temporal, se demuestra que la Confederación no está cumpliendo su papel. Esta institución, que debería anticipar problemas y prevenir catástrofes, parece haberse convertido en un gigante burocrático, más preocupado por procedimientos administrativos que por la realidad en el terreno. Mientras los ríos no reciben la limpieza y el mantenimiento que requieren, los pueblos de la cuenca del Tajo ven cómo las lluvias intensas los convierten en zonas de alto riesgo.
Es inevitable señalar que el cambio climático está agravando los fenómenos meteorológicos. Las lluvias intensas y concentradas en cortos periodos de tiempo son cada vez más frecuentes, y en un contexto así, la falta de preparación resulta fatal. Las consecuencias son visibles en las inundaciones, los daños en infraestructuras y las pérdidas materiales que se multiplican con cada episodio. Pero si sabemos que el clima está “loco”, o mejor dicho, que lo hemos vuelto loco con nuestras propias acciones, ¿por qué seguimos sin tomar decisiones que nos protejan? No podemos quedarnos sin agua durante días, ni vivir en la incertidumbre de saber si nuestros hogares serán invadidos por las aguas con cada tormenta. Es hora de aprender de lo sucedido, de mirar a las zonas rurales con una perspectiva de prevención y seguridad, y de invertir en esos puntos vulnerables que cada temporal convierte en trampas de agua y destrucción.
Un caso claro de esta vulnerabilidad es, precisamente, la Cava en Molina de Aragón. Su cauce debería ser una prioridad de intervención, y no obstante, cada vez que las lluvias superan un cierto nivel, la misma historia se repite. La ausencia de medidas preventivas no solo es un error, sino una irresponsabilidad. No sería extraño que, en un futuro cercano, el río Gallo termine ocupando el paseo de los Adarves, con lo cual los daños serían descomunales y las consecuencias mucho más graves. ¿Hasta cuándo vamos a seguir posponiendo la intervención necesaria en estos cauces? ¿Qué más debe pasar para que se prioricen inversiones que protejan la vida y el patrimonio de quienes habitan estas zonas?
A esto se suma el papel de la Confederación Hidrográfica del Tajo y su incapacidad, o falta de voluntad, para intervenir de forma eficiente en el mantenimiento de los cauces. Es evidente que, en muchos tramos del río, la falta de limpieza es alarmante. La vegetación acumulada, los residuos y el deterioro de las estructuras naturales y artificiales son problemas que cualquier vecino puede observar, y que deberían ser una prioridad para una institución responsable. Sin embargo, parece que la Confederación no considera estos temas de importancia, y en su lugar recurre a una mentalidad burocrática que no entiende las necesidades actuales ni las realidades del territorio. La ausencia de medidas de limpieza y prevención convierte a estos ríos en peligros en potencia, que cada DANA transforma en amenazas reales.
«Con las leyes pasa como con las salchichas; es mejor no ver cómo se hacen» (Otto Von Bismarck)
Este problema no se limita a Molina de Aragón, ni al valle del Mesa; es un drama que afecta a gran parte de la España vaciada. Pueblos pequeños que, en tiempos de paz, luchan por sobrevivir, y que, ante fenómenos extremos como el de esta DANA, se ven completamente desbordados. Es en estos momentos cuando la falta de recursos, la despoblación y la escasa inversión en infraestructuras muestran su cara más amarga. Estos pueblos necesitan y merecen la misma protección y atención que las grandes ciudades, pues en ellos también viven personas, también hay patrimonios históricos que preservar, y también existen derechos a la seguridad y a la dignidad que el Estado debería garantizar.
La Confederación Hidrográfica del Tajo tiene, sin duda, una gran responsabilidad en este asunto. No basta con señalar al cambio climático como causa de estas catástrofes; necesitamos una administración que esté a la altura, que se adelante a los problemas y que escuche a los habitantes de estos territorios. Resulta absurdo e irresponsable que, en pleno siglo XXI, las instituciones responsables de gestionar los recursos hídricos no sean capaces de garantizar cauces seguros y libres de obstrucciones. Con cada temporal que arrastra barro, árboles caídos y residuos, aumentan las posibilidades de inundaciones y desbordamientos. Y lo más triste es que, en muchas ocasiones, estos desastres podrían haberse evitado con una gestión adecuada, con una planificación preventiva y con una intervención activa.
No es necesario que cada municipio limpie a su libre albedrío, sino que está Confederación marque pautas claras y eficaces en estas intervenciones. Lógicamente supervisadas y cuidando la vida interna de estos cauces.
Es necesario un cambio de mentalidad. La Confederación Hidrográfica del Tajo y el conjunto de instituciones encargadas de velar por la seguridad de los cauces deben comprender que su labor no puede reducirse a un esquema de protocolos y formalidades. La realidad es mucho más compleja y requiere de una presencia efectiva sobre el terreno, de una conexión directa con las necesidades de cada lugar y, sobre todo, de una voluntad política que permita priorizar la seguridad y el bienestar de la ciudadanía por encima de cualquier otra consideración. Los habitantes de estos pueblos merecen saber que sus ríos están siendo cuidados, que sus casas están protegidas y que no serán los olvidados en cada nueva catástrofe.