La Navidad, ese momento mágico donde las calles se engalanan con luces y decoraciones, parece inundarlo todo. Sin embargo, tras esa luminosidad resplandeciente, existe una realidad que queda en las sombras, una realidad que se torna aún más evidente en los pueblos y zonas rurales de la llamada “España Vacia(da)”.
Recordemos las historias que nos cuentan nuestros mayores, como la de un anciano en las calles de Molina de Aragón. Este relato no es solo un recuerdo, sino una ventana al pasado, a cómo se vivía la Navidad en tiempos donde la sencillez y la espiritualidad eran el eje central de estas festividades.
En aquel entonces, la Navidad no se desplegaba en brillantes escaparates ni en la vorágine consumista que caracteriza nuestros días. En Molina de Aragón, la llegada de diciembre implicaba una transformación sutil pero profunda. Las calles adoquinadas se volvían testigos de una preparación distinta, una que no dependía de las compras sino del calor humano y la solidaridad.
Recuerdo, una conversación de las tantas que tenía con mi abuelo.
Abuelo, recuerdo que siempre nos contabas historias sobre las Navidades pasadas. ¿Hay alguna que te gustaría compartir de nuevo?
¡Claro, mi niño! Había una tradición que tu abuela y yo seguimos durante muchos años. Era algo que nos llenaba el corazón y nos unía aún más como familia.
¿Cuál era esa tradición?
Verás, cada Navidad, tu abuela y yo solíamos invitar a alguien especial a nuestra cena. No era alguien de la familia, sino alguien que realmente necesitara un poco de calor y alegría en estas fechas.
¿A quién invitabais?
A veces era un vecino anciano que vivía solo, otras veces era un pobre que se encontraba en la calle. Recuerdo un año en particular, un hombre llamado Pedro. Él solía sentarse en el parque y siempre tenía una sonrisa, a pesar de tener muy poco.
¿Y cómo era esa cena?
¡Ah, era maravillosa! Tu abuela preparaba los platos más deliciosos y no había límite para la generosidad. No solo era compartir la comida, sino también compartir historias, risas y el calor humano. Pedro nos contaba sus experiencias, y nosotros le brindábamos nuestro cariño y compañía.
Debe haber sido muy especial para todos.
Lo era, mi niño. Ver la alegría en los ojos de alguien que, de otro modo, habría pasado esa noche solo y sin mucho que celebrar, nos recordaba el verdadero espíritu de la Navidad. No se trataba solo de regalos materiales, sino de dar amor y compasión a aquellos que más lo necesitan.
Las casas se engalanaban con lo que se tenía a mano: ramas de pino, algunas luces simples y, sobre todo, el Nacimiento. El Nacimiento del Niño Jesús no era solo una representación simbólica, era el corazón de la celebración. En cada hogar, se montaba con esmero, con figuras pasadas de generación en generación, llenas de historia y amor.
Las noches frías se iluminaban con velas, y las familias se reunían en torno al calor de la chimenea, compartiendo historias, rezos y canciones tradicionales. La solidaridad cobraba vida, y los vecinos se visitaban unos a otros, llevando viandas caseras y deseos de paz y prosperidad.
Pero hoy, en la España del siglo XXI, esa esencia se ha desvanecido en muchos lugares. Las ciudades brillan con una Navidad comercial, donde lo material prevalece sobre lo espiritual. En la España Vacia(da), la escasez de recursos se une a la falta de atención y oportunidades, creando un contraste aún más doloroso.
Las luces resplandecen en las plazas principales, pero los pueblos ven cómo sus calles se vacían. Las generaciones más jóvenes parten en busca de oportunidades que sus localidades no pueden proporcionarles, dejando atrás la tradición, la historia y la comunidad que durante siglos han sostenido estos lugares.
La nostalgia por esa Navidad sencilla pero llena de significado es palpable en las palabras de aquellos que la vivieron. Los abuelos, con sus recuerdos impregnados de magia y autenticidad, añoran un tiempo que parece distante y ajeno en el mundo actual.
Recuperar el espíritu de la Navidad en la España Vacia(da) no es tarea sencilla, pero es imprescindible. Es momento de mirar más allá de las luces deslumbrantes y conectar con la esencia misma de esta celebración: el amor, la solidaridad y la esperanza. Es tiempo de revitalizar estos pueblos, de ofrecer oportunidades y de valorar la riqueza de su historia y su gente.
En estas fechas de celebración y alegría, es crucial recordar a nuestros mayores. La Navidad no solo es un momento para intercambiar regalos y disfrutar de banquetes, sino también para honrar y valorar la sabiduría, la experiencia y el cariño que nuestros abuelos y personas mayores aportan a nuestras vidas. Su presencia y sus historias enriquecen estas festividades, recordándonos la importancia de la tradición, el amor familiar y el legado que nos han brindado a lo largo de los años.
La Navidad en la España Vaciada debería ser un llamado a la reflexión, a no olvidar lo auténtico en medio de lo superficial, a recuperar el espíritu comunitario y la importancia de preservar nuestras raíces. Quizás así, entre la niebla de los campos y la luz de las estrellas, podamos volver a encontrar la magia perdida de una Navidad verdadera.
No me quería despedir queridos lectores, sin felicitaros de una manera especial la Navidad.
En esta época llena de luces y alegría, quiero enviarles mis mejores deseos para estas fiestas. Que la Navidad llene sus hogares con amor, paz y momentos inolvidables junto a sus seres queridos. Que cada rincón de vuestros hogares se impregne con la magia de esta temporada, recordándonos la importancia de la unión, la solidaridad y la esperanza.
Que las risas resuenen en cada calle, que la amistad florezca como un regalo preciado y que la luz de la comunidad brille más fuerte que nunca. En estos días festivos, recordemos valorar cada momento compartido, cada sonrisa, y sobre todo, no olvidemos nunca el cariño y la sabiduría de nuestros mayores, quienes han construido la historia que hoy nos une.
Que la paz y la felicidad reinen en sus hogares en esta Navidad y que el nuevo año traiga consigo prosperidad, salud y sueños cumplidos.
¡Feliz Navidad!
FRANCISCO LARRAD