En los confines de la España vaciada, donde la historia y la tradición se entrelazan con los desafíos del presente, se erige la voz valiente de Valentín, uno de los últimos pastores de Molina y guardián de un legado que se desvanece entre las sombras de la burocracia y el abandono político.
En una entrevista exclusiva, Valentín revela las complejidades y obstáculos que enfrenta el sector ganadero, donde las demandas de los políticos parecen distantes de la realidad cotidiana que afrontan quienes sostienen con esfuerzo este pilar fundamental de la economía rural.
“El ganado desaparece porque no hay gente que quiera seguir esto”, lamenta Valentín, señalando una realidad que trasciende las fronteras de Molina. La España rural, tan idealizada en los discursos políticos, se enfrenta a una desoladora verdad: la falta de apoyo tangible que erosiona día a día la viabilidad de la vida en el campo.
La burocracia, ese monstruo de papeles y trámites, devora el tiempo y los recursos de los ganaderos, mientras los precios se distorsionan en un laberinto de intermediarios que exprimen los márgenes de ganancia hasta límites insostenibles. “Cada día nos exigen más burocracia. No les importan nuestros animales, sino que simplemente les importa que tengamos los papeles hechos”, denuncia Valentín, reflejando la desconexión entre la realidad del campo y las exigencias del gobierno.
La carga ganadera, un tema vital para la subsistencia de los ganaderos, se ve ensombrecida por la incertidumbre y la falta de claridad en las políticas que la regulan. “Yo no tengo hectáreas, yo tengo animales”, reclama Valentín, destacando la necesidad de un enfoque que reconozca la singularidad de la ganadería en un contexto rural que agoniza.
Pero la lucha de Valentín trasciende las fronteras de su propia supervivencia. Él vislumbra un futuro sombrío donde la desaparición del sector primario es una sentencia para la España vaciada. “Vamos hacia la destrucción”, advierte con preocupación, mientras la sombra de la extinción se cierne sobre las comunidades rurales que dependen de la ganadería para su sustento y su identidad.
En este escenario desolador, Valentín no pierde la esperanza, pero exige acciones concretas y apoyo real. “Las ayudas hay que dárselas al que trabaja, no al que no trabaja”, enfatiza, señalando la necesidad urgente de políticas que reconozcan y valoren el sacrificio diario de quienes sostienen la España rural con su esfuerzo y dedicación.
La cruda realidad de Valentín refleja una compleja situación donde las exigencias burocráticas y la falta de eficiencia en los procesos administrativos sumen al sector ganadero en un abismo de incertidumbre. A pesar de la urgencia con la que se les solicita presentar papeles y cumplir con trámites, las ayudas prometidas llegan con una lentitud exasperante, dejando a los ganaderos como Valentín en una situación desesperada. A sus 54 años, con apenas una década o menos por delante en esta dura labor, se enfrenta al desaliento de ver cómo las promesas de apoyo se desvanecen en la maraña de la burocracia. La frustración se torna palpable ante la falta de respuestas y la incapacidad de las instituciones para brindar una ayuda oportuna y efectiva.
La brecha entre las demandas del sector ganadero y la respuesta del gobierno se ensancha cada vez más, dejando a Valentín y a muchos otros en una situación precaria e insostenible. La espera interminable por el cobro de la PAC del año anterior, sumada a la incertidumbre sobre los derechos del FEGA que se prometen, pero no llegan, representa una afrenta a la dignidad y al esfuerzo de quienes dedican su vida al cuidado de los animales y la tierra. La burocracia y las trabas administrativas se convierten así en un lastre que amenaza con hundir a los ganaderos en un abismo de desesperación y desesperanza.
En este contexto, la supervivencia misma del sector ganadero pende de un hilo, mientras Valentín lucha contra viento y marea por mantenerse a flote en un mar de obstáculos. La falta de apoyo oportuno y efectivo por parte de las autoridades pone en peligro no solo la estabilidad económica de los ganaderos, sino también la continuidad de una forma de vida arraigada en la historia y la identidad de la España rural. Es hora de que las palabras se conviertan en acciones concretas, y de que los ganaderos como Valentín reciban el apoyo y el reconocimiento que merecen antes de que sea demasiado tarde.
Es hora de que los políticos dejen de lado sus agendas partidistas y se unan en un esfuerzo común para salvar al sector primario de la ruina inminente. Es hora de reconocer el invaluable aporte de los ganaderos como Valentín, cuyo trabajo incansable sostiene los cimientos de nuestra sociedad y alimenta el alma misma de nuestra nación.
En un país donde la tierra y el ganado son más que simples recursos económicos, sino pilares de una forma de vida ancestral, es imperativo que escuchemos y respondamos al llamado de Valentín y aquellos que como él luchan por un futuro más próspero y justo para la España vacía(da).
“Detrás de cada oveja, cada vaca, hay una historia de trabajo duro y dedicación que merece ser reconocida y valorada. No podemos permitir que la España rural se desvanezca en el olvido, es hora de actuar para proteger a quienes la sostienen”. – Pedro García, autor y periodista especializado en temas agrarios y rurales.
En el horizonte incierto de la España rural, la figura de Valentín se alza como un faro de esperanza en medio de la tormenta. Su lucha es la de miles, su voz es la de un pueblo que clama por justicia y reconocimiento. La burocracia y las trabas administrativas no son solo obstáculos en el camino de los ganaderos, sino una afrenta a la dignidad y al valor de una profesión ancestral que ha alimentado a generaciones enteras. Es hora de que las palabras se conviertan en acciones, de que los políticos dejen a un lado las excusas y se comprometan de verdad con el rescate del sector primario. Valentín nos recuerda que en la España vacía(da), cada oveja, cada pastor, cuenta.
La voz de Valentín, resonando desde los campos de Molina, nos recuerda que la supervivencia del sector ganadero no es solo una cuestión económica, sino un símbolo de resistencia frente a la erosión de las raíces de nuestra tierra. Es hora de escuchar su llamado y actuar antes de que sea demasiado tarde.
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