Artículo de opinión, Francisco Larrad.
La reciente inversión de 740.000 euros por parte del Gobierno de Castilla-La Mancha en la mejora del confort y la calidad educativa de 23 centros educativos de la provincia de Guadalajara deja en evidencia un problema recurrente: el desequilibrio territorial en la distribución de recursos. Aunque la noticia pueda parecer un ejemplo del compromiso con la educación, resulta inevitable preguntarse por qué la mayor parte de esta inversión se concentra en centros cercanos a la capital provincial, mientras que las zonas rurales, como Molina de Aragón, continúan enfrentándose al abandono histórico que las caracteriza.
En Molina de Aragón, los problemas en las infraestructuras educativas no son nuevos. El instituto de la localidad lleva años soportando condiciones que afectan tanto al bienestar como al rendimiento de estudiantes y docentes: sistemas de calefacción deficientes, ventanas incapaces de proteger del frío y un mantenimiento que deja mucho que desear. A pesar de estas carencias, la inversión anunciada destina la mayor parte de los fondos a centros de áreas más urbanizadas, relegando una vez más a la España rural al último lugar en la lista de prioridades.
Este desequilibrio no es solo un asunto de justicia territorial, sino una cuestión de equidad educativa. La calidad de la enseñanza no debería depender del lugar de residencia del alumnado, pero en Guadalajara, ser estudiante de la capital o de una localidad rural sigue marcando una diferencia sustancial. La visita del delegado de la Junta al IES Luis de Lucena es un gesto que simboliza este enfoque centralista, mientras que centros como el de Molina de Aragón quedan, una vez más, fuera del foco de atención.
El caso de Molina de Aragón no es una excepción, sino un reflejo de una problemática más amplia que afecta a toda la España rural. Durante años, los discursos políticos han estado llenos de promesas sobre la revitalización de estas áreas, sobre la lucha contra la despoblación y el compromiso con sus habitantes. Sin embargo, la realidad demuestra que estas promesas se quedan en palabras vacías cuando no se traducen en presupuestos que atiendan las necesidades reales de las zonas rurales. ¿Cómo atraer y retener población en estos territorios si ni siquiera se garantiza un entorno educativo digno y moderno?
Es urgente replantear la distribución de estas inversiones para que no perpetúen las desigualdades territoriales. Molina de Aragón y otras localidades rurales no necesitan discursos, sino acciones concretas: ventanas que aíslen del frío, sistemas de calefacción eficientes y unas infraestructuras educativas que no hagan sentir a sus habitantes ciudadanos de segunda. La educación debería ser un derecho igualitario para todos, independientemente de su lugar de residencia. La revitalización de la España rural comienza por garantizar algo tan esencial como una educación de calidad en condiciones dignas.
La situación en Molina de Aragón parece sacada de un mal chiste: ¿cómo es posible que en un lugar donde las temperaturas invernales suelen rozar los 15 grados bajo cero, los estudiantes tengan que enfrentarse al frío no solo al cruzar las calles, sino también en sus propias aulas? ¿De verdad consideran los responsables políticos que unas ventanas que no aíslan y una calefacción deficiente son aceptables en un centro educativo del siglo XXI? A veces, uno se pregunta si quienes toman estas decisiones han pasado alguna vez un invierno en estas tierras o si su experiencia con el frío se limita a un paseo breve por la plaza del pueblo con abrigo y bufanda. El delegado de la Junta en Guadalajara, José Luis Escudero, ha afirmado que estas inversiones buscan “mejorar la calidad de la educación pública y, al mismo tiempo, poner nuestro granito de arena en la lucha contra el cambio climático”. Sin embargo, resulta difícil no levantar una ceja ante semejante declaración. ¿Cómo se lucha contra el cambio climático en centros como el de Molina de Aragón, donde el mal estado de las ventanas obliga a echar más gasoil en las calderas para combatir el frío polar que se cuela en las aulas? Tal vez el verdadero granito de arena sería invertir en unas infraestructuras mejor aisladas, que reduzcan el consumo energético en lugar de fomentarlo. ¿O es que los políticos piensan que la sostenibilidad solo aplica cuando no hablamos de la España rural?
Es inevitable dirigir una pregunta retórica al señor Jesús Alique, comisionado de la Junta frente al reto demográfico: ¿de verdad Molina de Aragón está en su radar? La revitalización de la España rural no puede ser solo un titular bonito ni un eslogan electoral. ¿Dónde están las medidas concretas para que las familias se queden en estos territorios? Porque, seamos francos, si los niños no pueden estudiar en condiciones dignas, ¿qué incentivo queda para que las nuevas generaciones quieran echar raíces en la comarca? Con políticas así, no es de extrañar que el reto demográfico siga siendo un desafío más que una solución en marcha.
La paradoja es que mientras se llenan los discursos con palabras como “igualdad de oportunidades” y “cohesión territorial”, la realidad que viven los vecinos de Molina de Aragón y comarca parece extraída de otro tiempo. Tal vez las ventanas del siglo pasado y las calefacciones que no funcionan sean una especie de metáfora del estado actual del compromiso político con la España rural: muchas grietas, poco aislamiento y una clara falta de calor humano. Es hora de que alguien en la Junta baje a pie de campo, se siente en una de esas aulas heladas y compruebe si esto es lo que consideran una educación de calidad. ¿O será que desde sus despachos en Toledo, con la calefacción bien puesta, el problema simplemente no se percibe?
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