Artículo de opinión por Francisco Larrad, La España Vaciada
Este 17 de julio, Cogolludo volvió a llenarse de emoción y respeto. Como cada año desde hace dos décadas, la localidad rindió homenaje a los once trabajadores del retén forestal que murieron en el devastador incendio de La Riba de Saelices en 2005. Hubo discursos, flores, un poema, silencio, lágrimas y promesas. Muchas promesas.
Porque eso sí que no ha faltado en estos veinte años: las palabras. Discursos solemnes, mensajes en redes, declaraciones institucionales… Todos los políticos saben nombrar el incendio, a los caídos, al monolito que guarda su memoria. Pero, con franqueza: ¿se ha hecho lo suficiente más allá de las palabras?
Aquel incendio marcó un antes y un después. Se impulsaron reformas, se creó la Unidad Militar de Emergencias, se endurecieron ciertas leyes. Pero también se ignoró una realidad incómoda: los retenes forestales siguen siendo, en muchos casos, el eslabón más débil del sistema. El trabajo que hacen estos hombres y mujeres en los montes es vital. Son los primeros en llegar y muchas veces, los últimos en marcharse. Sin embargo, demasiadas veces siguen siendo contratados solo en temporada alta, como si el fuego solo ardiera en verano, como si los bosques pudieran esperar al calendario.
Sus condiciones laborales siguen siendo frágiles, temporales, sujetas a los vaivenes presupuestarios y las campañas de imagen. ¿Por qué no se profesionaliza su figura de forma estable, con formación continua, refuerzo psicológico y dotación adecuada durante todo el año? ¿Por qué siguen sin ser tratados como lo que son: pilares de la protección ambiental y de la seguridad pública?
En septiembre de 2005, apenas dos meses después de la tragedia, sus compañeros iniciaron un ayuno rotativo frente a la Delegación de Medio Ambiente para pedir algo tan básico como más personal, más prevención, más responsabilidad. Veinte años después, muchas de esas reivindicaciones siguen vigentes. Se prometió mucho, pero en demasiados casos, se hizo poco. Es más, se prometió el Parador de Molina de Aragón, y también veinte años después llegó, o por lo menos sus vestigios.
La política debería dejar de ser un escaparate de palabras y convertirse en una herramienta útil para resolver problemas reales. Porque cuando el monte arde, no valen ni discursos ni tuits. Solo valen las manos que lo combaten.
La solución pasa por reforzar los retenes, no con contratos temporales que empiezan en junio y terminan en septiembre, sino con empleo público digno, estable y profesionalizado durante todo el año. La gestión forestal no es solo apagar fuegos: es mantener el monte, prevenir, estudiar, preparar. Y eso no se improvisa. Se construye con equipos bien formados y valorados. Mientras sigamos pensando que el problema es estacional, seguiremos teniendo respuestas estacionales. Y cada verano volveremos a cruzar los dedos esperando que no haya otro “huracán de fuego”.
Más allá de los homenajes y las placas conmemorativas, lo que muchas personas querríamos saber veinte años después es algo muy simple: ¿cuántos retenes forestales más hay ahora que entonces? ¿Cuántos trabajan todo el año? ¿Cuántos hacen labores de limpieza, desbroce, vigilancia preventiva y no solo aparecen como fuerza de choque cuando ya es tarde? Porque la realidad, según denuncian los propios trabajadores, es que la plantilla sigue siendo escasa, estacional en muchos casos, y que los retenes apenas tienen tiempo para el mantenimiento forestal real. No porque no quieran, sino porque no llegan.
¿Cuántos retenes forestales más hay ahora que entonces? ¿Cuántos trabajan todo el año? ¿Cuántos hacen labores de limpieza, desbroce, vigilancia preventiva y no solo aparecen como fuerza de choque cuando ya es tarde?
Y eso que ese mantenimiento —tan fundamental para prevenir grandes incendios— antes lo hacían gratis y de forma natural los ganaderos. Cabras, ovejas y vacas limpiaban los montes, abrían cortafuegos vivos y mantenían un equilibrio que hoy añoramos. Pero a esos ganaderos también se les fue empujando fuera: entre normativas, restricciones y falta de apoyo, su desaparición ha coincidido con un monte más abandonado, más inflamable y más propenso al desastre. ¿Quién se hace ahora cargo de esa limpieza natural? ¿Quién asume esa función? Muchos retenes ni siquiera tienen los medios ni el tiempo.
Todo esto se suma a una concatenación de negligencias que, además, nunca tuvo consecuencias reales. Aunque la Justicia imputó en su momento a 29 personas —incluyendo altos cargos políticos—, solo uno de los excursionistas fue condenado a una pena simbólica. Mientras tanto, las familias y los compañeros de los fallecidos eran acusados de estar “politizados” por exigir justicia. Como recordaba Susana, una de las afectadas, en una entrevista citada por Fernando Rojo en ABC: “Nos concentrábamos el 17 de cada mes ante la Delegación Provincial de Medio Ambiente y se asomaban a las ventanas y se reían de nosotros”. Lo único que pedían era una frase sencilla: “Nos equivocamos”. Pero ni eso. Nunca la escucharon.
Veinte años después, los nombres de Mercedes Vives, José Ródenas, Alberto Cemillán, Pedro Almasilla, Sergio Casado, Jesús Ángel Juberías, Manuel Manteca, Marcos Martínez, Jorge César Martínez, Julio Ramos y Luis Solano siguen presentes. Pero el mejor homenaje no está en repetir sus nombres cada julio, sino en evitar que haya que sumar otros nuevos.
Porque proteger el monte es protegernos a todos. Y eso empieza por cuidar a quienes lo hacen cada día.
Hoy informamos, mañana transformamos. ¡Nos vemos en el próximo artículo!
Veinte años después del incendio de La Riba de Saelices, Cogolludo honra a los 11 héroes del retén









