
Desde GuadaRed, tuvimos el privilegio de vivirlo, de caminar entre sonrisas blancas, versos al viento y corazones encendidos. Y aunque resulta difícil ponerle palabras a lo que sucedió, aquí va un intento.
Alma Music Festival: cuando la lavanda canta y el alma no olvida
Anoche en Almadrones no fue solo música.
Fue un suspiro sostenido que se hizo piel, un instante cargado de verdad, de emoción y belleza.
Lo que ocurrió bajo el cielo violeta de los campos de lavanda de Guadalajara fue una de esas experiencias que se sienten más que se entienden, que se guardan para siempre.

La noche se encendió con alma
Todo comenzó cuando la luz aún se filtraba suave entre las flores de lavanda. El ambiente, cargado de expectación y ternura, parecía respirar con nosotros. Era como si todo —la brisa, los pasos, las miradas— supiera que algo importante estaba a punto de ocurrir.
Y ocurrió.

Entreduendes fue el primero en acariciarnos el alma. Abrió el festival como quien enciende una llama que no quema, sino que ilumina desde dentro. Con su flamenco íntimo, sin artificios, puso raíz al aire y emoción a la noche. Cantó verdades que no necesitan adornos, y nos tocó con esa sinceridad que atraviesa la piel sin pedir permiso.

Luego, Diván du Don nos rompió el suelo bajo los pies. Su música no se escuchaba: se vivía. Con una energía vibrante y entregada, nos despegó del tiempo y del lugar. Solo quedaba la música, palpitante, arrolladora. Fue un salto hacia lo desconocido, donde el cuerpo seguía a la melodía antes que al pensamiento.

A continuación, Salistre nos cubrió de versos afilados como viento de mar. Cada palabra suya era un escalofrío que recorría la piel, cada acorde una herida dulce. El silencio entre canción y canción era casi tan poderoso como la música misma. El público, completamente entregado, latía al unísono, como si el alma colectiva del festival hubiese encontrado su voz.

Y entonces, como si la noche también quisiera aplaudir, una gran luna llena apareció detrás de los campos. De un naranja profundo, intensa y serena, se elevó sobre la era como una invitada de honor, decidida a no perderse lo que allí sucedía. Suspendida entre cielo y tierra, la luna fue testigo silenciosa de una noche que ya rozaba lo eterno.

India Martínez: tres actos, una sola alma
Y entonces… llegó ella.
India Martínez subió al escenario como quien entra en casa sagrada. Su presencia no fue solo artística: fue emocional, intima, arrolladora.
Su actuación se dividió en tres actos, tres momentos diferenciados que tejieron una narrativa propia.
Primero apareció vestida de cuero con flecos, poderosa y terrenal, como si la fuerza del sur hubiese encarnado en ella. Después, en el corazón del concierto, se transformó: apareció con leggins negros de filigrana transparente, etéreos, casi líquidos, y regaló una de las joyas más intensas de la noche: La saeta, que nos dejó los pelos de punta. Fue un instante sagrado, de recogimiento colectivo, como si toda la era, con sus fardos de paja, hubiese contenido el aliento.

Y cuando parecía que todo había terminado, India volvió.
Llevaba una camiseta del 23 de Michael Jordan, y nos recordó que la música, como el deporte, también se juega hasta el último segundo.
Aquella despedida inesperada fue el verdadero clímax. Un regalo final con sabor a promesa. Una despedida que no quería serlo.
Durante la noche, India nos deleitó con canciones de su nuevo disco, como Se me olvidó otra vez y Borrachita perdía, que envolvieron el campo con una mezcla de nostalgia, sensualidad y fuerza. Su voz, siempre profunda, nos condujo a través de emociones que iban desde lo íntimo hasta lo grandioso. En la parte final, elevó el concierto a lo más alto. Y nos quedamos allí, suspendidos, con la certeza de haber vivido algo que no se borra.
Irene y el instante que quedará en la historia
Pero si hubo un momento que marcó la noche para siempre, fue aquel en el que una pequeña del público, llamada Irene, levantó una pancarta hecha de ilusión:
“Quiero cantar contigo ‘Tipo Tú’”.
India la vio. Y no dudó. La subió al escenario y cantaron juntas. Fue real, fue puro, fue inolvidable. Una escena que parecía sacada de un sueño, y sin embargo estaba ocurriendo allí mismo, bajo las estrellas y el aplauso de cientos de corazones abiertos.
India compartió después el momento en sus redes con estas palabras:
“No sé vosotros, pero yo me quedaría a vivir en este instante.”
Y añadió:
“Estas son las cosas que le dan sentido a cada concierto, a mi música, a mi vida. Y todo os lo debo a vosotros. Gracias, Almadrones.”
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Prevalecía el blanco
Como si todos los asistentes hubieran decidido vestirse de luz, el blanco lo inundaba todo. Prevalecía en los vestidos, en las camisas, en los pañuelos al viento. Era un blanco que no cegaba, sino que calmaba. Un símbolo de entrega, de belleza sencilla, de un grupo de personas, fans, acompañantes o redactores que vamos a trabajar y a comentar lo que alli aconteció, unidos por algo más grande que sí mismos.
Y como si eso no bastara, el amor también quiso formar parte. Entre canción y canción, una pedida de mano emocionó a todos los presentes. En mitad del campo, bajo luces cálidas y lavanda en flor, dos personas decidieron sellar su historia. Y no hubo una sola mirada que no sacara lo mejor que llevamos dentro.
Esto no fue un concierto
Fue una experiencia colectiva, luminosa, de esas que se quedan latiendo dentro, incluso cuando ya ha pasado todo.
Desde GuadaRed, damos las gracias a cada artista, a la organización, a los trabajadores, a los voluntarios y a todos los que tejieron con su presencia esta noche inolvidable en Almadrones.
Y si estuviste allí —o si simplemente quieres sentirlo un poco más—no dejes de visitar nuestra galería de fotos, donde cada imagen guarda un fragmento de lo que fue.
Porque a veces, una imagen basta para regresar a un instante que sigue viviendo en nosotros.
India Martínez se suma al cartel del Alma Music Festival 2025 en Almadrones
Alma Music Festival 2023: Fusión de flamenco y pop en los campos de lavanda de Almadrones




































