Hay una ironía casi poética en el hecho de que el Gobierno de Castilla-La Mancha pretenda cartografiar el futuro de sus zonas más despobladas mediante un cuestionario que, en muchos pueblos, solo se puede abrir tras una larga procesión de barras de carga o, directamente, nunca. En la comarca de Molina de Aragón-Alto Tajo –donde la fibra es un rumor y el 4G aparece fugaz como un corzo al amanecer– la “encuesta de 36 preguntas” lanzada por la Vicepresidencia Primera y la red de grupos rurales RECAMDER está llamada a ser la piedra angular de una Agenda de Desarrollo Urbano y Rural (ADUR). Pero el cimiento, huelga decirlo, se está vaciando con hormigón aguado.
Una mala metodología produce diagnósticos torcidos y, de ahí, políticas inútiles o –peor todavía– decorativas
El cuestionario arranca con una inocente “¿Usas Internet?” que ofrece tres únicas salidas: “Sí”, “Ocasionalmente” o “No, nunca”. Quien diseñó la pregunta parece desconocer que en buena parte de la Serranía la cuestión no es usar Internet, sino rogarle. La versión honesta sería: “¿Puede usted conectarse sin que la ventana se congele, la videollamada se pixele y el router parezca morseando socorro?” No hay casilla para eso. Desde la primera línea queda claro que la encuesta confunde la realidad con la caricatura digital que se imagina desde Toledo.
A la tronera del acceso a la red sucede el bloque de transporte, donde el formulario invita a marcar “como máximo tres” medios habituales. ¿Tres? En pueblos donde el único autobús pasa los lunes y jueves, y el coche compartido depende de coordinar tres labradores y un veterinario, limitar la respuesta es forzar a la gente a fabular. Aun así, la restricción resulta decisiva: más tarde, cuando la administración agrupe porcentajes, podrá titular que “el 60 % declara utilizar transporte público o colectivo” aun cuando casi todos hayan señalado a la vez que ese servicio es “muy limitado (casi inexistente)”. Basta con jugar a la ruleta de las casillas para maquillar los datos.
Fuente: Portal de Participación de Castilla La Mancha
El disparate se intensifica en la pregunta 19, un cajón en el que se mezclan carreteras en ruinas, viviendas vacías, mala conexión móvil y degradación del entorno natural. Si usted vive en una aldea donde se dan las cuatro desgracias, el formulario le obliga a marcar todas y a repartir su queja entre ellas. Eso garantiza que ninguna supere un porcentaje escandaloso; todo queda diluido en la estadística. Así, cuando llegue la nota de prensa, el Gobierno podrá afirmar que “apenas un tercio de los encuestados percibe la mala cobertura de 3G como un problema grave”, sin explicar que los demás tenían que rascar otras casillas igual de dramáticas.
Y, por fin, la joya de la corona: la pregunta 34, que inquiere por las razones para abandonar el municipio, de nuevo con el límite absurdo de elegir tres. Falta de empleo, vivienda, servicios, transporte, ocio, vida social… El exilio rural es un fenómeno multifactorial, pero la encuesta obliga a priorizarlo como si se tratara de un top-ten radiofónico. Resulta inevitable que las respuestas se dispersen y, por tanto, ninguna supere el ecuador. Conclusión que ya puedo imaginar en la memoria ejecutiva: “No existe un motivo dominante que explique el despoblamiento, sino múltiples causas de similar peso”. Traducción: escurrimos el bulto y seguimos como estábamos.
Todo esto se agrava porque la participación real está sesgada de origen. Quien todavía reside en el pueblo y, sobre todo, quien tiene edad avanzada –que es mayoría– es quien más pacientemente rellenará la encuesta, quizá con ayuda del agente de desarrollo local, quizá dictando las respuestas por teléfono. Los jóvenes que se fueron a la ciudad, los que están decidiendo si irse, los que madrugan para encadenar dos contratos precarios en la capital… esos no aparecen. Paradójicamente, son el termómetro más fiable para medir la fuga demográfica, pero el cuestionario digital les pilla lejos, o directamente les resulta irrelevante porque su decisión ya está tomada.
Requiere escuchar sin prisas, diagnosticar con honestidad y, sobre todo, invertir con valentía.
El problema no es meramente técnico ni anecdótico. Una mala metodología produce diagnósticos torcidos y, de ahí, políticas inútiles o –peor todavía– decorativas. Al suprimir preguntas abiertas que permitan explicar matices, al fijar topes arbitrarios en las respuestas, al desconocer la brecha digital del territorio y al empaquetar asuntos complejos en un puñado de clics, la encuesta se convierte en un ejercicio de automarketing gubernamental. Ya no se trata de escuchar, sino de obtener un PDF con porcentajes vistosos y conclusiones plastificadas.
El remedio no exige inventar la pólvora. Bastaría con combinar encuestas presenciales –en mercados, consultorios, ferias– con la versión en línea; incluir entrevistas cualitativas a quienes ya emigraron y a quienes quisieran volver; reemplazar el “marca tres” por escalas graduales que permitan ponderar cada cuestión; y, sobre todo, publicar la metodología y los datos brutos para que la ciudadanía y la academia puedan fiscalizar el proceso. En suma, dejar de tratar al medio rural como un decorado folclórico y empezar a trabajarlo con el rigor que se aplica a un plan de movilidad metropolitano.
Mientras tanto, seguimos atrapados en el bucle. Se recopilan respuestas teledirigidas, se elabora una Agenda con relucientes iconos de desarrollo sostenible, se celebra una rueda de prensa y, pasados unos años, se repite la encuesta –quizá con 40 preguntas esta vez– para constatar, con fingida sorpresa, que la población ha menguado otro puñado de puntos. Y así hasta que el último vecino apague la luz… si es que queda electricidad en la línea.
Dejar de tratar al medio rural como un decorado folclórico y empezar a trabajarlo con el rigor que se aplica a un plan de movilidad metropolitano.
La España vaciada no necesita más encuestas-placebo. Necesita fibra óptica real, médicos estables, transporte diario, vivienda accesible y un horizonte de empleo que no sea exclusivamente turístico. Requiere escuchar sin prisas, diagnosticar con honestidad y, sobre todo, invertir con valentía. Todo lo demás son casillas que se rellenan entre cortes de conexión.
