El próximo lunes, a las 12 horas, frente a las puertas del Parador de Turismo de Molina de Aragón, no se concentrará solo una protesta. Se concentrará una verdad incómoda: la que incomoda a quienes no estaban cuando la lluvia entraba por los techos, pero sí aparecen para señalar con el dedo. Se manifestará la memoria viva de un proyecto público que nació como símbolo de esperanza para una comarca duramente castigada por el olvido institucional.
Porque no se trata únicamente del despido de un trabajador. Se trata de la forma en la que se produce, de las circunstancias, del momento, y —sobre todo— del significado.
En Molina, sabemos leer entre líneas. Y la carta de la dirección del Parador tiene líneas que, más que comunicativas, son lapidarias. Se habla de “desconfianza”, de una “ruptura del clima laboral”, de hechos que se dan por sentados pero no se documentan. ¿Dónde están las pruebas? ¿Dónde los partes, las actas, los avisos formales previos?
Resulta cuanto menos inquietante que en una empresa pública —que presume de valores éticos y compromiso con el territorio— se pueda ejecutar una rescisión de contrato tan severa en base a impresiones, sin una auditoría previa de desempeño ni un informe de recursos humanos que lo respalde. Lo que parece operar aquí no es la política del cuidado, sino la del desgaste y la purga.
¿Dónde están los sindicatos de clase, los que deberían reaccionar con rapidez ante decisiones de este calibre?
Y mientras tanto, ¿dónde están los sindicatos de clase, los que deberían reaccionar con rapidez ante decisiones de este calibre? Solo CSIF ha dado un paso al frente, señalando lo evidente: hoy ha sido Javier, mañana puede ser cualquiera. La desprotección no es una sensación, es un hecho. Y el silencio de algunas centrales sindicales empieza a parecer complicidad por omisión.
Cabe recordar que este Parador fue presentado como un emblema del renacer rural, como una apuesta por vertebrar territorio a través del turismo sostenible y la creación de empleo de calidad. Las cifras de inversión fueron millonarias. Las palabras fueron altisonantes. ¿Dónde están ahora quienes celebraban con aplausos su apertura?
¿Dónde los cargos públicos que posaron junto a la piedra conmemorativa, los que hablaron de “futuro para la comarca”? Hoy, cuando hay que responder por una decisión que huele más a ajuste de cuentas que a gestión racional, todos callan. Nadie comparece, nadie exige explicaciones. ¿Tan fácil es desaparecer cuando el titular ya se ha publicado? Y a quienes quieren reducir esto a una cuestión interna, les decimos: no. Porque no se puede apelar a la intimidad de la empresa pública para evitar la fiscalización ciudadana. Cuando el dinero es de todos, el comportamiento debe ser ejemplar. Y cuando el proyecto implica revitalizar un pueblo entero, cada despido es también una herida a ese compromiso.
El próximo lunes, a las 12 horas, frente a las puertas del Parador de Turismo de Molina de Aragón, no se concentrará solo una protesta. Se concentrará una verdad incómoda
Javier —porque tiene nombre, historia y rostro— no solo ayudó a abrir el Parador. Estuvo cuando se caían los techos, cuando faltaban manos, cuando las tormentas llenaban el sótano de agua y no había horario que justificara quedarse. Su compromiso era conocido y reconocido. Ahora, la institución que representa el símbolo de lo público le cierra la puerta con frialdad burocrática. ¿No es esto, acaso, un insulto al propio proyecto?
Este artículo no busca interferir en expedientes ni en litigios internos. Busca lo que siempre ha buscado el buen periodismo: verdad, contexto y responsabilidad.
Este lunes, la ciudadanía de Molina no pedirá un favor. Exigirá respeto. A su gente, a su memoria, a su inteligencia. Y a una administración que no puede permitirse actuar como una multinacional en un polígono industrial.
Porque el mundo rural no necesita más discursos. Necesita coherencia. Y justicia.
¡Desesperación en Molina de Aragón! ¿El Parador sigue PARADO A SU su”ERTE”?
El Parador de Molina de Aragón sigue inundado de incertidumbres







