Desde la Guadalajara rural, donde todo va a otro ritmo
Editorial de GuadaRed | 21.11.2025
En un mundo donde la tecnología y la hiperconectividad dictan los tiempos, y donde la productividad parece ser la única medida de valor, la pregunta de ¿de dónde sacamos tiempo para pensar? se vuelve más pertinente que nunca. En Guadalajara, lejos del bullicio y las prisas de las grandes ciudades, el ritmo de vida sigue marcado por el campo y las estaciones, pero no por ello está exento de presiones y transformaciones que nos acercan, sin querer, a la velocidad frenética de los entornos urbanos.
No es una contradicción.
Vivimos en un territorio rural donde, en general, la vida transcurre a un paso más pausado, donde las distancias se miden en minutos y no en kilómetros, y donde aún nos permitimos un espacio de reflexión en medio del día a día.
Sin embargo, la vorágine que se experimenta en las grandes ciudades ha ido desbordando cada vez más nuestros propios espacios, especialmente en los pueblos cercanos a las capitales o en aquellos donde el auge de la logística ha transformado el paisaje y el ritmo cotidiano. Allí, donde el tráfico es ahora una constante, y donde la circulación va de la mano de la sobrecarga de vehículos, el tiempo se convierte en un bien escaso. Encontrar aparcamiento, lidiar con los embotellamientos y la creciente demanda de infraestructuras a menudo nos aleja de ese anhelo de un tiempo más pausado, de un tiempo para pensar.
En GuadaRed, un medio digital nacido en la Guadalajara rural, entendemos esa tensión. Aunque nuestra región sigue conservando muchos de los ritmos pausados que caracterizan al campo, las presiones urbanísticas y logísticas nos afectan de manera cada vez más directa. Las conexiones a Internet son irregulares, y a veces la tecnología parece llegar más tarde que en las ciudades, pero también, en ocasiones, nos obliga a desconectar.
Quizás no tengamos la inmediatez ni la saturación de las capitales, pero el ecosistema digital global sigue influyendo en nuestra manera de pensar, de vivir y, sobre todo, de consumir información.
La obsesión por la productividad y su costo: El ritmo acelerado frente al tiempo pausado
La ciudad, esa gran urbe que parece devorar a quienes se adentran en ella, sigue marcando el pulso de la modernidad. En ella, el tiempo es el bien más preciado. Cada segundo cuenta. Las aplicaciones de productividad, las tareas incesantes y el impulso por alcanzar objetivos inmediatos nos arrastran a vivir sin apenas detenernos a respirar. Y si bien Guadalajara no está al ritmo de la hiperactividad de las grandes capitales, la presencia de empresas logísticas, la llegada de más tráfico y el expansivo proceso urbanizador ya nos está alcanzando. Cada vez más, las vías que nos conectan con otros pueblos se llenan de coches, camiones y una circulación que interrumpe nuestra cotidianidad. Los pueblos cercanos a estos puntos neurálgicos se ven afectados, y ya no se trata solo de la tranquilidad del campo, sino de un constante ir y venir, donde se diluye, a veces sin darnos cuenta, esa pausa para pensar.
Pensar en un mundo saturado de información
Como en las grandes capitales, donde la conectividad parece ser un requisito de existencia, aquí también estamos siendo arrastrados por una sobrecarga de información. Sin embargo, al estar menos expuestos a la sobreabundancia digital, en parte por la falta de una buena señal en algunos puntos, nos queda un resquicio para la reflexión. Sin embargo, no podemos evitar ver cómo el vertiginoso flujo de contenidos, de noticias fugaces y actualizaciones constantes sigue infiltrándose en nuestras vidas. A veces parece que, aunque el escenario sea distinto al de las grandes ciudades, la necesidad de consumir y producir se expande a una velocidad que también nos desafía en lo rural.
El filósofo Byung-Chul Han señala cómo la tecnología ha cambiado nuestra relación con el tiempo. Nos ha hecho más rápidos, más conectados, pero a la vez más superficiales.
En el fondo, lo que hemos perdido es el tiempo para pensar, ese espacio libre de la presión de las métricas de rendimiento y de las expectativas de productividad. Y aunque en Guadalajara y sus pueblos, lejos de las prisas urbanas, podríamos sentirnos inmunes a este fenómeno, no podemos obviar que, poco a poco, nos va alcanzando. Las mismas conexiones a las que estamos acostumbrados en las grandes ciudades también están comenzando a marcar nuestro ritmo, y las pausas se vuelven más difíciles de encontrar.
Pensar como acto de resistencia
El pensamiento, esa actividad tan esencial y tan humana, se ha convertido en un acto subversivo. Vivir bajo la dictadura de la productividad y la constante presión de los resultados inmediatos nos obliga a transformar nuestra forma de vivir. En lugar de pensar profundamente sobre lo que hacemos y cómo lo hacemos, nos vemos empujados a actuar rápidamente, a consumir más, a responder con urgencia. Pensar se ha vuelto, en muchos casos, un lujo, una actividad relegada a las pequeñas franjas horarias que nos dejan los compromisos del día.
En este sentido, pensar se convierte en un acto de resistencia frente a la sobrecarga de estímulos. En Guadalajara, donde las distancias entre los pueblos nos permiten tomarnos el tiempo para pensar con más calma, la reflexión sigue siendo una práctica posible, pero también cada vez más desafiante. Enfrentados a un mundo que no deja de apurar nuestros tiempos, aún nos queda el privilegio de detenernos, aunque solo sea un instante, para reflexionar. Desconectar, como hacemos cuando la señal de internet no es suficiente para mantenernos siempre conectados, puede ser nuestra forma de resistir, de recuperar el espacio necesario para la reflexión auténtica.
La educación como refugio para el pensamiento
La educación en estos tiempos no solo debe centrarse en formar individuos que se adapten al ritmo frenético de la modernidad. En Guadalajara, donde las infraestructuras educativas como los CRA no siempre siguen el mismo ritmo que las grandes urbes, la escuela podría ser un espacio privilegiado para el pensamiento libre, el tiempo de reflexión y la autonomía intelectual. En lugar de formar personas solo para el mercado laboral, podríamos redescubrir la educación como un espacio de pensamiento y creación. Y aunque los avances en la logística y la tecnología lleguen a nuestros pueblos, deberíamos asegurarnos de que no se lleven también nuestro derecho a la reflexión tranquila y pausada.
Recuperar el tiempo para pensar en el mundo moderno
En un mundo donde la aceleración parece la norma, y donde incluso los pueblos más tranquilos ven cómo el progreso se impone, recuperar el tiempo para pensar se ha convertido en un reto urgente.
En la Guadalajara de los pueblos, lejos de las exigencias constantes de la ciudad, podemos encontrar un pequeño refugio, una oportunidad para detenernos, para pensar sin prisa, para reflexionar sobre lo que realmente importa.
El tiempo para pensar no debería ser un lujo ni una excepción, sino una necesidad fundamental. Solo en ese espacio de pausa, donde no se mide cada segundo, podemos volver a conectarnos con lo que somos realmente. Y, tal vez, en medio del ajetreo, lo que más necesitamos es recordar que la reflexión, como nos enseña el campo, no se mide en velocidad, sino en profundidad.
