En el bullicio de las ciudades, donde el ritmo de la vida parece nunca detenerse, existe una realidad paralela que apenas recibe atención: el abandono de las personas mayores en las zonas rurales de España, a pesar de seguir aumentando el envejecimiento poblacional de estas zonas. La crisis demográfica que azota a zonas como la comarca de Molina de Aragón es un reflejo de la falta de políticas efectivas por parte de los gobiernos, tanto nacional como autonómicos. La desatención a estas comunidades no solo es una muestra de insensibilidad, sino también una señal de la ceguera estratégica que afecta a nuestros dirigentes.
Desde la segunda mitad del siglo XX, España ha sido testigo de un éxodo rural sin precedentes. Las oportunidades económicas y personales que ofrecen las ciudades han atraído a las generaciones más jóvenes, dejando atrás pueblos cada vez más vacíos y envejecidos. La falta de infraestructura, empleo y servicios básicos ha convertido a muchos de estos municipios en lugares inhóspitos para las nuevas generaciones. Este fenómeno ha generado un desequilibrio demográfico alarmante: en los municipios con menos de 5.000 habitantes, casi el 25% de la población supera los 65 años, y en los pueblos más pequeños, este porcentaje puede llegar hasta el 40%, comparado con el 19% a nivel nacional.
El sobreenvejecimiento, una situación en la que el porcentaje de mayores de 80 años supera con creces la media nacional, es otra realidad perturbadora.
En pueblos con menos de 1.000 habitantes, más del 10% de la población pertenece a este grupo etario, mientras que en el conjunto del país no llega al 6%. Este fenómeno pone en relieve las necesidades urgentes de atención y cuidado que demandan estas personas, necesidades que, lamentablemente, no están siendo cubiertas de manera adecuada.
Los gobiernos, tanto a nivel nacional como autonómico, han fallado rotundamente en la implementación de políticas que puedan mitigar el abandono de las zonas rurales y ofrecer un futuro digno a sus habitantes mayores. Las políticas de desarrollo rural a menudo se quedan en promesas vacías, sin una ejecución real que tenga impacto positivo. Las infraestructuras esenciales, como centros de salud, servicios sociales y de transporte, brillan por su ausencia o están en condiciones deplorables.
¿Qué hace una persona mayor en un pueblo durante todo el día? La repuesta idílica es fácil. Cualquiera cuando habla de estos temas dice: “Hombre, la calidad de vida es superior. Se hace uno un huerto, se toma dos chatos de vino y el día echao”. ¿Todos los días el mismo ocio y entretenimiento? Huerto y vino. Ojo que no digo yo que sea esto algo malo.
La digitalización, que podría ser una herramienta poderosa para conectar a estos pueblos con el resto del país y ofrecer servicios a distancia, ha sido implementada de manera insuficiente y desigual. Ya he hablado en otros artículos como el gobierno autonómico se llevaba las infraestructuras tecnológicas a zonas “despobladas” como Toledo. Permítanme que me ría. La brecha digital agrava aún más la exclusión de estas comunidades, dejando a sus habitantes mayores aislados y sin acceso a servicios básicos que hoy en día se consideran esenciales.
Los gobiernos autonómicos, que deberían estar más en sintonía con las necesidades específicas de sus territorios, también han mostrado una notable ineficacia. La descentralización de competencias no ha llevado a una mejora en la calidad de vida de los habitantes rurales, sino que a menudo ha resultado en una gestión ineficiente y en un juego de culpas entre administraciones. La falta de coordinación y la burocracia excesiva impiden la implementación de soluciones efectivas y rápidas.
Eso sí, en campaña electoral, no debemos olvidar la foto en un pueblo remoto de la castilla profunda o del Alto Tajo con grupos de personas mayores prometiéndoles que si ganan dispondrán de una ruta de autobús, por poner un ejemplo. ¿Alguien se ha parado a pensar que cosas tan esenciales como la comunicación tanto telefónica como de transportes debería de ser algo que ya tendría que estar instaurado y no ser una promesa vacía continuamente?
La rápida solución en muchos pueblos suelen ser los planes de empleo, de los cuales me entretendré en algún momento en hablar, para “atraer” a gente joven y luchar contra este envejecimiento poblacional.
Estos planes de empleo de los ayuntamientos a menudo presentan una solución rápida y visible para el problema del desempleo, pero pueden resultar engañosos en su efectividad a largo plazo. Estos planes suelen centrarse en trabajos temporales y proyectos que no fomentan el desarrollo de habilidades sostenibles ni la creación de empleo estable. Además, la naturaleza temporal de estos empleos puede dar una falsa sensación de seguridad y progreso, sin abordar las raíces profundas de la falta de oportunidades en las zonas rurales. ¿Realmente es suficiente ofrecer trabajos temporales sin una visión de futuro que garantice el desarrollo sostenible de estas comunidades?
En contraste, crear programas de incentivo para el desarrollo económico local tiene el potencial de generar un impacto duradero y significativo. Apoyar a pequeñas empresas y emprendimientos rurales no solo crea empleos permanentes, sino que también fomenta el crecimiento económico orgánico y sostenible. Estos programas pueden capacitar a los jóvenes y ofrecerles oportunidades para innovar y emprender, reteniendo el talento en sus comunidades de origen. ¿No sería más beneficioso invertir, lógicamente a fondo perdido, en el desarrollo a largo plazo y en la creación de un ecosistema económico robusto que realmente transforme la realidad de las zonas rurales?
Hoy informamos, mañana transformamos: ¡Nos vemos en el próximo artículo!