En los últimos tiempos, los paisajes de Castilla-La Mancha se han visto salpicados por la presencia de inusuales tótems naranjas, erigidos con la intención de anunciar la localidad. A primera vista, la idea de resaltar la identidad de cada lugar a través de elementos visuales puede parecer plausible, pero ¿a qué precio estamos dispuestos a pagar por esta afirmación estética?
El proyecto, impulsado bajo el mandato de Emiliano García-Page, ha generado un desembolso aproximado de tres millones de euros, financiados por los ciudadanos de Castilla-La Mancha. La cifra, aunque puede no ser astronómica a nivel nacional, plantea la pregunta incisiva de si este gasto era verdaderamente necesario en medio de las múltiples problemáticas que aquejan a la España rural.
En primer lugar, la elección del color naranja para estos tótems ha desencadenado una serie de críticas. ¿Por qué optar por un tono que choca bruscamente con la paleta natural de nuestros campos y paisajes? En lugar de realzar la belleza de nuestras tierras, estos totems parecen introducir un elemento discordante que, lejos de atraer la atención positiva, genera una extraña sensación de desarmonía visual.
En un intento de fusionar el esplendor del pasado con un toque contemporáneo, los tótems naranjas erigidos en Molina de Aragón y comarca parecen haber tropezado en un desfile de moda histórica. En lugar de abrazar la armonía con el casco antiguo, estos elementos resplandecientes de color naranja desafían audazmente la delicada paleta de las edificaciones centenarias. La mezcla resultante evoca una imagen cómica, como si el siglo XVIII y una feria moderna se hubieran confundido en un atrevido juego de disfraces urbanos.
La señalización oficial, por ende, incumple su responsabilidad de actuar con rigor; no obstante, va más allá al menospreciar las ricas señas culturales e identitarias de una provincia con una historia tan destacada como Guadalajara, que no necesita de estos artificios para destacar. Guadalajara no se define por ser la “Tierra del Quijote” o a las figuras cervantinas, sino que cuenta con un legado literario propio, encabezado por figuras como el Marqués de Santillana, el Arcipreste de Hita, o el Poema del Mío Cid, destacando entre nuestros ilustres clásicos castellanos.
Evitemos caer en la trampa de la uniformidad icónica basada en una obra de ficción, una novela de aventuras y parodia de las epopeyas caballerescas que no narran nada sobre nuestra tierra, rica en historia y tradiciones propias. No tenemos ninguna necesidad de recurrir a señales de identidad que no son, ni de cambiar la rica realidad cultural de Guadalajara para promocionarla, ¿Qué opináis si entramos a Molina de Aragón y se nos anuncia la ruta de Don Quijote? ¿No resulta discordante?
Se espera que aquellos responsables de esta decisión o idea de identidad, vean más allá de las apariencias y sean sensibles a las particularidades de esta provincia castellana, corrigiendo así el desacierto que otros, más próximos, deberían haber evitado y advertido.
Lo que pretende ser una seña de identidad ha de ser rigurosa y nunca trasmitir una información sesgada o incorrecta.
Mientras las calles adoquinadas susurran historias de tiempos lejanos, los tótems parecen empeñados en proclamar su presencia vibrante, desafiando el silencioso encanto de las piedras antiguas. Este matrimonio peculiar entre lo ancestral y lo contemporáneo puede ser interpretado como un ballet de épocas, donde la audacia naranja se convierte en el bailarín inesperado en un escenario que nunca pidió tal protagonismo cromático.
Más allá de la mera estética, la instalación de quitamiedos y otras medidas de protección ha generado controversias adicionales. La restricción del paso de ganado y el acceso a fincas agrícolas ha despertado la preocupación de quienes dependen de la actividad agropecuaria para subsistir. En una región donde la agricultura y la ganadería son pilares fundamentales de la economía, ¿es sensato sacrificar la funcionalidad en aras de la forma?
La imposición de quitamiedos y otras medidas de protección en pos de resguardar los tótems naranjas ha desencadenado una situación preocupante para los ganaderos y agricultores de la región. La interrupción del paso de ganado y el acceso a las fincas agrícolas no solo presenta un desafío práctico, sino que refleja un desentendimiento flagrante de las realidades económicas locales.
Para los ganaderos, cuyas actividades dependen de la libre circulación de sus rebaños, estos obstáculos representan más que una mera incomodidad; son una amenaza directa a sus medios de vida. La imposibilidad de garantizar el tránsito sin restricciones afecta la rutina diaria de pastoreo y puede tener consecuencias significativas en la salud y el bienestar del ganado.
De manera similar, los agricultores se ven directamente afectados por la obstrucción de accesos a fincas. La agricultura, pilar fundamental de la economía local, requiere una movilidad fluida para garantizar la eficiencia en la gestión de las tierras. La imposición de barreras que limitan este movimiento no solo representa una interferencia directa en la operatividad diaria, sino que también amenaza con afectar la productividad y la sostenibilidad a largo plazo.
En este conflicto entre estética y funcionalidad, los ganaderos y agricultores se encuentran en el lado perjudicado, viéndose obligados a lidiar con las consecuencias de decisiones que parecen haberse tomado sin una evaluación adecuada de su impacto en las actividades esenciales de la región. Este desajuste entre la planificación urbana y las necesidades prácticas subraya la importancia de incluir a las comunidades locales en procesos decisionales que afecten directamente su forma de vida y sustento.
En un contexto de despoblación y precariedad económica en la España rural, surge la pregunta esencial: ¿era realmente necesario gastar tres millones de euros en este proyecto estético? La inversión, en lugar de abordar problemas fundamentales, parece destinada a perpetuar la desconexión entre las prioridades reales de la región y las decisiones de aquellos que ostentan el poder.
Si bien algunos defienden estos tótems como una forma de atraer turismo, es crucial cuestionar la eficacia real de esta estrategia. ¿Acaso estos elementos estéticos son suficientes para contrarrestar la falta de empleo, la falta de servicios básicos y la pérdida constante de habitantes en la España vaciada? La respuesta parece evidente.
Mientras la identidad local es indiscutiblemente valiosa, la inversión en proyectos estéticos discutibles plantea preguntas críticas sobre la asignación de recursos en una región que enfrenta desafíos apremiantes. Es hora de repensar nuestras prioridades y canalizar nuestros esfuerzos y fondos hacia soluciones que realmente impulsen el desarrollo sostenible y mejoren la calidad de vida de los habitantes de Castilla-La Mancha. La estética no debe prevalecer sobre la sustancia cuando se trata del futuro de nuestra tierra.
Hoy informamos, mañana transformamos: ¡Nos vemos en el próximo artículo!
Sin desmerecer la apasionante literatura, la cultura y la importancia que tiene, para aquellos que quieran visitar la Ruta Literaria o la Ruta Turística de Don Quijote aquí les dejo el folleto turístico de la Oficina de Turismo de CLM (Link Folleto) y aquí (el enlace a) la página web Oficial de Turismo de España donde tienen toda la información de como hacer la ruta en etapas.